Hoy amanecí raro, confieso que hoy especialmente me sentí más hastiado que nunca por sentir que no se avanza, que el tiempo está suspendido, que ya todo es como lo mismo. Sentirme así es raro, dado mi entusiasmo característico, pero hay momentos, hay momentos.
Lo más pronto que pude me levanté con la intensión de modificar mi sentir. También confieso que me costó trabajo, pero parece que lo logré. Me tarde casi un par de horas, pero empiezo a sentirme un poquito mejor. De repente, luego de pedirle a Dios ayuda y orar un rato. ¡Boom! Me llega un mensaje por whatsapp de quien no me escribe en, quizá, cerca de un año y que, por cierto, casi nunca me escribe. Sencillamente compartiéndome un texto. ¡Claramente sentí cómo se acariciaba mi alma con un recordatorio de lo que publique hace muchos años en mi libro El verdadero éxito en la vida. Pero leer precisamente hoy este texto, lo sentí mágico. Necesitaba esa medicina para el alma que suelen representar ciertas letras destilándose gota a gota en tu corazón. El texto es de Max Kaiser, que si es quien supongo, se trata de un periodista, cineasta y ex-corredor de bolsa estadounidense. Es de esos textos que dices: "Esto bien lo pudiera haber escrito yo", de tanto con lo que uno está de acuerdo. Sin más, lo comparto aquí para ti. Disfrútalo leyéndolo lentamente y con total concentración: "Vivir con menos, para vivir con más. Desde pequeño me enseñaron a querer y a buscar más de todo. La vida se trataba de tener más, de buscar más, de querer más. Cualquier cosa, material o inmaterial, era sólo el escalón previo para buscar algo más. Todo se hace viejo e insuficiente, cada vez más rápido. Y así, la vida es sólo una carrera frenética de acumulación y sustitución. Más de todo, todo el tiempo. Y de pronto, llegó la pandemia. Ese freno de mano brutal que no vimos venir. Y la carrera interminable por acumular y sustituir se paró abruptamente. De un día para otro se redujo el espacio que habito, el número de personas con las que interactúo y la cantidad de cosas que tengo que hacer en un día. En un principio, como muchos, yo imaginaba que sería un simple freno temporal. Una vacación en casa. Un sabático de cuatro semanas. Pronto regresaría todo a la normalidad. Los ahorros alcanzarían, los proyectos podían esperar y la familia iba a aguantar. Pero las cuatro semanas se hicieron seis meses. Los ahorros no alcanzaron, los proyectos se murieron y la familia ya está harta de estar encerrada. Sin darme cuenta tuve que aprender a vivir con menos de todo. Menos espacio para moverme. Menos compromisos por día. Menos ingresos. Menos gastos. Menos diversión y contacto con personas distintas. Menos traslados y prisas. Menos tráfico y menos contaminación. Menos privacidad y menos espacios propios. Menos distractores. Menos alternativas. Menos cosas. Menos lujos. Menos formalidades. De pronto dejé de usar camisas, sacos, corbatas y zapatos de vestir. Tres cuartas partes de mi clóset de ropa quedaron olvidados. Dos o tres pantalones, unas playeras y unos tenis empezaron a ser suficientes para recorrer la casa, con las mismas personas de siempre, para hacer lo mismo de todos los días. Las cosas acumuladas por años empezaron a estorbar. Los espacios de la casa, que antes eran sólo lugares de paso, se convertían en espacios vitales. Lugares para estar y pasar muchas horas, y no sólo esquinas que adornan y embellecen. Habitar empezó a ser más importante que acumular. Vivir empezó a ser más importante que sustituir y renovar. Existir y resistir empezó a ser más importante que presumir y enseñar. La vida se hizo más lenta, más monótona, más repetitiva. Muchas personas que parecían imprescindibles en mi vida simplemente dejaron de existir. Decenas de cosas que parecían esenciales en el día, quedaron guardadas en un cajón. Una laptop, un celular, una pluma, un libro, unos plumones y un pizarrón se convirtieron en las cosas que realmente necesito para existir y resistir. Vivir y resistir, lo único que importa hoy. Lo demás, estorba. De pronto, vivir con menos generó el espacio que necesitaba para vivir con más. Vivir con menos personas me permitió gozar más a las que sí tengo. Vivir con menos espacio me obligó a verme a mí y convivir conmigo. Vivir con menos cosas generó lugar para crear nuevas y mejores. Vivir con menos dinero me obligó a valorar más el que llega y hacerlo rendir. Vivir con menos prisa me generó más tiempo para sentir. Vivir con menos distractores me obligó a poner atención. Vivir con menos formalidades me orilló a entender las prioridades. Vivir con menos obligaciones me permitió volver a sentir el placer de servir. No estoy listo para agradecerle a la vida este momento, pero sí quiero recordarlo siempre, porque 2020 me ha enseñado que vivir con menos, me permite vivir con más". La columna de hoy en el "Reforma" de Jorge Volpi me ha impresionado mucho. Independientemente de su extraordinaria capacidad como escritor para relatar los hechos, sentí como si estuviera leyendo un libro de historia allá por el año 2045. Sólo que al final de la columna uno recuerda que es el mundo actual. Está tan, pero tan bien relatada la pandemia en tan pocas letras, que quiero dejar desfilar por aquí las letras de Volpi. Sentí el impulso y estoy obedeciendo. Creo que es importante. Estamos en la etapa de la ruleta rusa. "Disfruta" de la lectura. –Alejandro Ariza Z. "LA PANDEMIA (parte 2).
Las primeras semanas estuvieron marcadas por la incertidumbre y el miedo, pero también por el asombro. En el inicio, la aparición de un extraño virus en la exótica ciudad de Wuhan -cuyo nombre pocos en Occidente siquiera eran capaces de pronunciar- apenas lucía como una amenaza, gobiernos y ciudadanos la subestimaban por igual, siguiendo al pie de la letra el guion de Contagio (2011) de Steven Soderbergh. Una vez identificados y bautizados el virus, SARS-CoV-2, y la enfermedad que provocaba, Covid-19, poco a poco observábamos cómo se acercaba implacablemente hacia nosotros. Y, aun así, el peligro todavía se percibía lejano, la mayor parte de los políticos del mundo preferían minimizarlo, más atemorizados con perder su popularidad o desplazar sus proyectos que con las posibles pérdidas de vidas. Vino entonces el confinamiento. Conforme el número de casos y muertes ascendía exponencialmente, uno y otro país se decantaron por distintos niveles de distancia social, desde aislamientos obligatorios y casi totales, como en Nueva Zelanda, hasta los lugares donde solo se cerraron los lugares públicos y se recomendó a la población no salir de sus casas, como en México. La vida entonces parecía, sin duda, una película distópica: calles y plazas vacías, animales salvajes recuperando zonas urbanas, escenas de terror en clínicas y hospitales transformados en zonas de guerra. El mundo entero se sumía en una de sus etapas más convulsas, más impensables, con un sinfín de consecuencias políticas y sociales inéditas. Nos sumergimos en un paréntesis en el cual el tiempo parecía no correr, o correr muy lentamente. Mientras las cifras intentaban recordarnos la magnitud de la pandemia, nos acostumbramos a aquel encierro repentino y a una realidad que se nos volvía, en apariencia, provisional. Cada día aprendíamos más sobre el virus y su comportamiento, seguíamos pendientes de lo que ocurría en el resto del planeta y, en México, aguardábamos expectantes las conferencias de prensa del doctor López-Gatell, erigido en súbito gurú y responsable de apaciguar todas nuestras dudas y miedos. Y así, en tanto pasaban las semanas, los políticos fueron los primeros en perder la paciencia, aquella burbuja no podría prolongarse a riesgo de desfondar la economía -y de perder, de un solo golpe, todo su prestigio-. Primero tímidamente, y luego de forma vertiginosa, casi todo aquello que permaneció cerrado volvió a abrir -con nuevas medidas de precaución-, en eso que se llamó, con bastante poca fortuna, nueva normalidad. Llegamos así a la segunda parte de la pandemia y, como sabemos, por lo general las segundas partes nunca son buenas. La curiosidad que nos animó durante meses, tratando de comprender el virus y sus efectos en todos los órdenes de nuestras vidas, ha dado paso a un lento, profundo hastío. Los cadáveres se acumulan pavorosamente a nuestras espaldas -ya dejamos atrás el escenario anunciado como catástrofe- y por desgracia parecería que han dejado de importarnos. Cada quien sale al exterior como si fuera una ruleta rusa. Los rebrotes explotan por doquier. Muy pocos siguen ya las conferencias del doctor López-Gatell, cuya simpatía se ha esfumado con la misma prisa que su credibilidad, quien, igual de fastidiado que nosotros, ahora dedica casi todo su tiempo en pantalla a justificarse y a justificar a su gobierno. Justo cuando miles de niños regresan a un curso a la distancia -en México, por televisión-, que no hará sino acentuar las desigualdades ya presentes en nuestro sistema educativo, esta segunda parte de la pandemia nos toma en extremo fatigados. Se acumula el cansancio frente a tantas malas noticias y decisiones políticas, ante tantos zooms, ante la crisis económica cuya ominosa sombra se cierne sobre nosotros. El miedo y la incertidumbre se exacerban al constatar que lo que parecía provisional se ha vuelto permanente. Entretanto, el hartazgo se multiplica en esta larga etapa en la que no nos resta sino la esperanza de que llegue la vacuna que por fin nos devuelva algo de lo que hasta ahora hemos perdido". @jvolpi Prometí compartir mi opinión acerca de los más recientes "video-escándalos" y preferí hacerlo en audio. No en un podcast propiamente dicho porque quiero reservar allá mis temas de desarrollo humano y superación personal, pero sí aquí en el blog ahora como entrada de audio, y así abro la categoría de "Mundo actual". Espero disfrutes mis reflexiones y de verdad que estaré muy al pendiente de tu opinión. ¡Saludos! Haz clic en el botón de "Play" y espera un momento a que cargue para que empieces a escuchar... Una imagen, de esas para "el recuerdo de lo increíble".
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Dr. alejandro ariza zárate.Librepensador, conferenciante inspiracional, autor, médico y empresario. Archivos |